domingo, 4 de julio de 2010

¡ Estoy harta !

- ¡Ya no puedo más, ya está bien, a ver si me ayudas un poco!

La leona se había cansado de trabajar. Además estaba muy enfadada. Le estaba gritando al león, y él no parecía especialmente preocupado.

- Te pasas las horas tumbado a la sombra del arbolito, mientras yo tengo que correr a buscar la comida. Siempre igual. ¿No te da vergüenza?

El león la escuchaba acostado sobre la hierba, mientras espantaba algunas moscas con el rabo. Intentó calmarla:

- No te enfades gatita mía. ¿Qué pensarán los otros animales si te oyen?.
- ¿Pues qué quieres que piensen? : que eres un inútil. Que te pasas la vida medio dormido a la sombra sin hacer nada. ¡El gran rey de la selva, con su melena y sus rugidos! ¡Nada de nada!. ¡Un gandul, eso es lo que eres!. Cuando nos casamos pensaba que sería diferente, que compartiríamos el trabajo. ¡Pero es que ahora tengo que hacerlo todo yo!. Y cuando llego por la noche cansada de correr detrás de los antílopes y las gacelas para que nuestros cachorros coman algo, encima me pides que te traiga la cena. ¡Menudo descaro!. ¡Sólo me falta espantarte las moscas con mi cola, porque hasta eso te supone un gran esfuerzo!
- Pues ahora que lo dices...
- ¿Sabes que te digo?. Que se acabó.

La leona estaba realmente enfadada. Esta vez sí que lo estaba. En otras ocasiones le había gritado un poquito, pero se le pasaba enseguida, especialmente si el león le separaba un buen pedazo de carne de la última pieza y se lo comían juntos (el hígado en particular le encantaba). Después la dejaba dormirse con la cabeza apoyada en su abundante melena. El león sabía que normalmente ella se calmaba así. Pero en esta ocasión el enfado era monumental. Probablemente no sería suficiente con un trozo de hígado, ni siquiera con el hígado entero. Y efectivamente, ella se fue a dormir sin cenar... junto a los cachorros, dejándolo a él solo en el árbol bajo el que había estado tumbado todo el día.

Por primera vez desde que se casaron, la situación empezaba a ser preocupante. Su imagen pública no podía permitirse un descalabro semejante. Tenía que actuar deprisa, antes de que se complicara más. La primera medida sería prohibirle que fuera a cazar en compañía de las otras leonas. Seguramente le habían llenado la cabeza con estas tonterías. A continuación subiría a lo alto de la roca y rugiría durante un buen rato. Tenía que demostrarle a todo el mundo que él seguía siendo el rey. Y con estos pensamientos, imaginando cómo los pondría en práctica al día siguiente, se durmió plácidamente.

El sol hacía rato que se había levantado cuando lo despertó un olor familiar: era su amigo el león del valle de al lado, que venía a hacerle una visita.

- ¡caramba, tú por aquí! Hacía tiempo que no te veía. ¿Cómo te van las cosas?
- No muy bien, la verdad, - dijo el visitante.
- ¿Y eso?
- ¡Me ha abandonado! ¡mi leona me ha abandonado!. ¡ A mí! ¿Te imaginas? Llevaba unos días con el morro serio. Decía cosas raras, en fin, tonterías que a veces sueltan las hembras cuando eres blando y les dejas decir cosas. Porque no se puede ser blando, ¿sabes?, si no, te pierden el respeto, y se creen importantes e imprescindibles. Total, para cuatro antilopines que cazan, porque tampoco te creas que se matan mucho corriendo. Se pasan más tiempo afilándose las uñas que utilizándolas. En fin, ahora da igual. Se ha marchado con su madre. Lo más grave es que se ha llevado a los cachorros.
- ¿Y que piensas hacer?
- Todavía no lo he pensado, pero estoy seguro de que haré algo, no sé... algo.
- ¿Algo?
- Sí, algo muy gordo. De momento, si no tienes inconveniente, me quedaré con vosotros una temporada. Necesito reflexionar. ¿A tu hembra no le importará verdad?
- Pues ahora que lo dices, quizás arrugue el morro un poquitín. Pensándolo bien, tal vez no sea muy buena idea, lo de que te quedes. Ella también está un poco rara desde hace algún tiempo, ¿sabes?
- ¡Vaya, esto parece una epidemia!. En fin, lo he comprendido, no te preocupes por mí, ya me las arreglaré. No quiero ser un estorbo. Ya veo que en tu casa los bigotes no los llevas tú.
- No te lo tomes a mal. ¿Qué quieres decir con eso de los bigotes?
- Nada, nada. ¡Ya nos veremos!

Mientras su amigo se alejaba, el león se quedó pensativo. La experiencia de ser abandonado de aquella manera debía de ser amarga. También le podía pasar a él. Tenía que calmar a su hembra. Tal vez cediendo un poco a los deseos de ella y ayudándola. ¡Eso! Cazaría algo para ella. Eso no significaba ser blando. Era... una cortesía, una muestra de cariño. ¡Cazaría esa misma tarde un magnífico antílope!.

O mejor, lo cazaría mañana. Ahora, estaba tan bien a la sombra del arbolito que valía la pena echar una siestecita...