sábado, 1 de mayo de 2010

Patatas

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- ¿Hay algo para picar? –preguntó Leo corriendo hacia la cocina.
- ¡Acabas de merendar! –le contestó su madre casi gimiendo, entre resignada y sorprendida, mientras cerraba la puerta de la entrada.

No obstante, Leo abrió el armario de la cocina, en un gesto automático.  Es cierto que al salir de clase le daban la merienda. Pero hoy daban aquella serie japonesa en la tele, y  había que entretener la boca con algo.

- ¿Me haces palomitas?
- ¡Como si no tuviera otra cosa que hacer! Y a tí, ¿no te han puesto deberes?
- Los he hecho en el cole (ojalá se lo crea). ¿Puedo abrir esta bolsa de patatas? (táctica de cambio de conversación para que no siga preguntando)
- Son para el domingo.
- ¡Sólo unas cuantas!. Tengo hambre
Si tienes hambre come fruta. ¿quieres una manzana?

Leo miraba a su madre con ojos de incomprendido. Las manzanas no son para mirar la tele. Las chuches, las galletas saladas, las patatas, los ganchitos, las palomitas, hay tantas cosas normales para aprovechar el tiempo mientras se disfruta de una buena serie manga, pero precisamente las manzanas, no.

O si no, te doy una zanahoria…

La cosa iba empeorando. De pronto Leo recordó que en la mochila tenía un chicle que le había dado Cristina cuando su cumpleaños. Era de mora. No le gustaban los chicles de mora. Pero en aquel momento, cualquier cosa era mejor que una manzana.

Corrió hacia el sofá. No quería perderse la música del principio de la serie. No entendía lo que decían, la letra era en japonés, pero la música era una caña. La iba tarareando, sin saber lo que decía…

- ….[…] akinori to moshimasuuu…….iiiaaaaaaaa  !!!!!!
- ¡Leo, no chilles!….- le gritaba su madre desde la cocina.

Nunca había entendido porqué sus padres le decían gritando que no gritara. ¿ellos podían y él no?. A fin de cuentas él no gritaba, sólo cantaba.

- na na naaaaa….na na….

Sonó el timbre de la puerta. Era tía Amalia.

- ¡Leo, cielo, mira quien ha venido!
….
- ¡Leo, dale un beso a tu tía! –la voz de su madre sonaba amenazadora.

Tia Amalia tenía una rara habilidad para presentarse en los momentos más inoportunos.

- Hola tía –la besó en la mejilla sin ni siquiera mirarla, mientras no perdía de vista la pantalla de la tele.

Su madre y su tía se pusieron a hablar en la cocina. Leo estaba absorto. Vivía intensamente las peripecias de los personajes. De hecho, él era un personaje más. Mientras, la pantalla se iba haciendo cada vez más profunda, más grande, más envolvente. Leo se sintió transportado al mundo manga. Era feliz. Ni se enteró cuando su tía se marchó.

Cuando la serie acabó, empalmó con otras tres. A continuación, un concurso. Cambió de canal. Otro concurso. Cambió de canal…

- Leo, lávate las manos y ven a cenar

Bueno, al fin y al cabo, el concurso no le interesaba mucho, pero como en la cocina también había tele, al menos se distraería mientras cenaba. Cenar sin tele resultaba de lo más aburrido.

- Mamá, ¡otra vez judías con patatas no!. Ya comí la semana pasada.

Su madre hizo como si no le escuchase. Le puso el plato, y, le recordó que se lo tenía que acabar todo.

- ¿Puedo abrir la bolsa de patatas fritas?
- Ya tienes patatas en el plato
- Pero son hervidas, no es lo mismo.

Resultaba increíble que su madre no viera con claridad la diferencia entre las patatas fritas y las hervidas. Definitivamente los mayores tenían el paladar atrofiado. ¿Cómo podían disfrutar de las patatas hervidas?. Cogió el mando para cambiar el canal y poner uno de los concursos.

- Leo, no te distraigas y cómete la verdura

Precisamente lo que quería era distraerse, olvidarse de lo que había en el plato. El concursante falló. La gente gritaba. Era divertido oirles gritar. Había programas aburridos en los que nadie gritaba. Pero este concurso era genial, los concursantes acertaban y la gente gritaba, fallaban y la gente gritaba. Leo pensó que cuando fuese mayor iría a un concurso a gritar, sin su madre, claro.

- Mamá, no quiero más.
- ¡Pero si no has comido nada! Venga, cómete la verdura de una vez.

Se llenó los carrillos y masticó un poco, compulsivamente, intentando tragar con rapidez para acelerar el mal rato. Debió de ser que se le fue por el otro lado, no lo pudo evitar, se atragantó un poco, lo suficiente para que le viniese un ataque de tos que le hizo escupir todo lo que se había metido en la boca, y de la tos, pasó a una sensación de náusea irrefrenable…

- Mamá, tengo ganas de vomitar..

Prácticamente no acabó la frase, y ante los ojos sorprendidos de su madre, y mientras la gente del concurso seguía gritando, Leo demostró que la verdura y él eran incompatibles, y de paso, que el lavabo estaba demasiado lejos de la cocina.

- Hijo mío, ¡mira cómo lo has puesto todo!
- Mamá, me encuentro mal –no se le ocurrió ninguna excusa mejor, pero debía aprovechar el momento de desconcierto, porque si no, ella era capaz de ponerle otro plato de judías verdes.

Fuera la ropa, directo a la ducha, y después, a la cama. Al cabo del rato, el estómago de Leo, todavía despierto, se quejaba amargamente.

- Mamá…tengo hambre. ¿Puedo comer unas pocas patatas?

Afortunadamente su madre no le oyó. Leo se durmió deseando ser mayor para poder comer todas las patatas que quisiera mientras veía su serie favorita sin interrupciones.

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