lunes, 7 de junio de 2010

Tentación

Por la mañana, para llegar al trabajo sin retrasos, prefería tomar la autopista. Pero cada noche, volvía por la carretera de la costa. No era una distancia muy larga, unos 20 kms, y aunque me conocía cada semáforo, cada casa, cada cruce, siempre descubría detalles nuevos que me hacían el trayecto más entretenido hasta mi casa.

Las luces de neón del Capri, el club de alterne, siempre me invitaban a desviar la mirada. Obviamente no podía ver el interior, pero en el aparcamiento se distinguían los coches de los que habían decidido hacer allí un alto. Sentía curiosidad por saber quienes paraban. A veces, salía algún cliente con su coche del aparcamiento cuando yo pasaba. Intentaba cederle el paso, no tanto por cortesía, sino para poder mirarle la cara, y ver si lo conocía. Por alguna razón, esperaba encontrar a alguien conocido y acceder así a su inconfesable secreto.

También, desde hacía pocos meses, a la altura de la gasolinera, me cruzaba con algunas chicas que buscaban clientela al amparo de la oscuridad de las calles adyacentes. Inconscientemente, aminoraba la velocidad y las miraba de reojo. Bueno, si no venía nadie detrás, levantaba el pie, y me fijaba más, - menudo cuerpo aquella morenita- pero sólo lo justo hasta llegar a la rotonda, porque no era plan despistarse y tener un disgusto, que todavía estaba pagando el coche.

Tenía pensamientos contradictorios, siempre los mismos, a toda velocidad mientras conducía lentamente. Por un lado lamentaba que se vieran forzadas a dedicarse a esa actividad. Porque pensaba que lo hacían forzadas, sino, cómo iban a estar pasando frío vestidas –era un decir- con la miniminifalda que dejaba todas sus nalgas al aire, esperando que un tipo seboso y apestando a alcohol les propusiera cualquier guarrada. Pero por otro, imaginaba morbosamente qué podía ocurrir si paraba. Nunca había estado con una prostituta. ¿Qué le diría?. Tal vez no todas lo hacían obligadas, alguna habría que había elegido su actividad, y además yo no era un tipo seboso, me cuidaba y no apestaba a alcohol. ¿Y el precio? ¿Y el lugar? ¿Y si alguien me veía parar?. Demasiadas dudas para resolverlas antes de llegar a la rotonda. Como cada día, cedí el paso a los que venían, y continué mi camino.

Al llegar, Margarita estaba, como siempre, muy cansada. Me recordó que tenía reunión de vecinos, malditas las ganas que tenía de bajar!.

La reunión de la comunidad de vecinos fue como siempre, mal. Ya, ni sabía porqué iba. Poner orden en aquel gallinero se había convertido en una tarea titánica, por supuesto, fuera del alcance de presidente de turno, Carlos, el estirado del 5º 1ª. Pospusimos la votación sobre el arreglo de la fachada hasta la semana próxima, confiando en que los ánimos estuvieran menos caldeados. Carlos, adalid de la solidaridad y la justicia, había intentado, sin éxito, convencer a los vecinos de la parte de detrás que la fachada también era cosa suya. Mientras tanto, mi única forma de aislarme fue permitir que mis pensamientos volaran hasta la morenita de la gasolinera.

[...]Un par de días después hice una tontería. A la altura del Capri aquel tipo al que le cedí el paso salió muy lento (le miré, tampoco lo conocía), casi me obligó a parar, y en vez de continuar por la carretera, giré y me metí en el aparcamiento. Me sentía raro, realmente fue un impulso, no lo había previsto. Allí, entre los otros coches del club estaba yo, parado, luchando por decidirme a entrar. ¿Por qué? Para tomar sólo una cerveza, me justifiqué. Tenía sed. Era un sitio como cualquier otro, ¿no?.

Empezó a llover. Torrencialmente. Yo sin paraguas.

Entre las gotas y el vaho, casi no distinguía el exterior. Sólo el neón intermitente de la entrada, me indicaba el camino. En cuatro zancadas...Abrí la puerta, me puse una mano en la cabeza (total, para qué, me mojaba igual) creí ver alguien que venía, cerré la puerta ,empecé a correr, el otro venía, yo miraba al suelo, por los charcos, pero levanté un momento la vista –por si lo conocía- Carlos el presidente de la comunidad! Horror, me miró, hice como si no le hubiera visto, hizo como si no me hubiera visto, un par de zancadas más y adentro, bueno casi, la puerta se abría hacia fuera y me dí un leve coscorrón con el cristal

Estaba un poco descolocado. No miré  a nadie, llegué a la barra, pedí una cerveza, me la bebí como nunca me había bebido una cerveza, pagué, no contesté al saludo de una señorita que pensó que me quedaría un poco más y salí raudo hacia mi coche.

En mi casa, Margarita me dijo que estaba cansada mientras miraba un programa de televisión en el que todos gritaban. Le dije que no tenía ganas de cenar y me fui a la cama sin dejar de darle vueltas a la mirada esquiva de Carlos, a la cerveza y al saludo de la señorita que no correspondí. Tal vez, pensé, él también se había parado sólo a tomar una cerveza. Tal vez pensó él que yo me había parado a tomar algo más que una cerveza.

Un par de días más tarde, en la reunión de vecinos, Carlos balbuceaba sus argumentos sobre el arreglo de la fachada sin mirarme. Nunca había demostrado ser un orador brillante, pero en aquella ocasión su exposición fue patética. Colorado hasta las orejas -a los demás les debió de parecer que se esforzaba por estar convincente- prácticamente exigió que se votara a favor de los arreglos. Yo me esforzaba por contar las baldosas del pasillo de entrada con una devoción digna de mejor causa.

La votación fue mal. Los vecinos de detrás seguían sin enterarse que la fachada iba con ellos.

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